Sermón sobre Lamentaciones 3:22-26+31-32

Iglesia Evangélica de Habla Hispana en Duisburg Septiembre 19, 2021

La fe en Dios no siempre es fácil y a veces sentimos que está lejos, pero podemos llevar nuestras dudas ante Él en oración. Recordemos las promesas de Dios y busquemos su cercanía en todo momento. 🙏

Fe y dudas: Abrazando la honestidad en nuestra relación con Dios

La gracia y la paz de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo estén con vosotros. Amén.

Cuando vi el texto del sermón de hoy, me puse muy contento.

Es un texto simple que habla de la bondad de Dios, de su amor y su compasión. Pensé que sobre este texto se podría predicar fácilmente:

22 El gran amor del Señor nunca se acaba, y su compasión jamás se agota.
23 Cada mañana se renuevan sus bondades; ¡muy grande es su fidelidad!

Si abrimos una dogmática y buscamos en el capítulo sobre las propiedades de Dios, entonces vemos que Dios es bueno, misericordioso y paciente y en la Biblia encontramos muchas más propiedades de Dios, pero lo que dice la dogmática no siempre es nuestra realidad de vida, a veces sentimos a Dios de manera diferente.

La bondad y el amor de Dios no siempre se reflejan en nuestras vidas. A veces estamos solos, abandonados, desesperados, esa es también nuestra realidad, ¿qué significa eso para nuestra fe?

Al principio dije que este texto era fácil de predicar, pero cuando lo leo con atención, noto que hay otra capa y esta otra experiencia de que Dios no se puede sentir, que no sentimos su amor, que también se refleja en nuestro texto. La experiencia del sufrimiento por el abandono también se puede encontrar de nuevo:

31 El Señor nos ha rechazado, pero no será para siempre.
32 Nos hace sufrir, pero también nos compadece, porque es muy grande su amor.

¿Dios nos envía sufrimiento o simplemente es bueno al respecto? No hay una respuesta muy simple.

¿Cómo podemos hablar de Dios? ¿Cómo podemos decir honestamente quién es él para nosotros y cómo se comporta en nuestra vida?

¿Qué hacemos si no percibimos a Dios como misericordioso o amoroso en nuestras vidas, negamos nuestras experiencias y las dejamos de lado? Entonces nuestra vida se divide rápidamente en dos áreas, por un lado, nuestras experiencias, y el otro, desde cómo hablamos de Dios teológicamente.

Ya encontramos esta contradicción en la Biblia, es decir, que las creencias acerca de Dios eran diferentes de las experiencias del pueblo de Dios, Israel.

Dios había prometido su presencia para proteger a su pueblo Israel, pero ahora estaban exiliados en Babilonia.

¿Dios había dejado a su pueblo, ya no era misericordioso con su pueblo? ¿Rompió Dios sus promesas o simplemente ya no se aplicaron?

El pueblo de Israel buscó respuestas a tales preguntas.

Encontramos esta búsqueda de respuestas a tales preguntas en el libro Lamentationes

El Libro de Lamentaciones es una colección de lamentos poéticos por la destrucción de Jerusalén en 586 antes de Cristo. En la Biblia hebrea aparece en los Ketuvim (“Escritos”), junto al Cantar de los Cantares, Libro de Rut, Eclesiastés y el Libro de Ester; en el Antiguo Testamento cristiano protestante sigue el Libro de Jeremías. En 2 Crónicas 35:25 se dice: Jeremías compuso un lamento por la muerte de Josías. Con base en esta referencia, en la tradición primitiva se creía que Jeremías era el autor de las lamentaciones.

Lo más probable es que cada uno de los capítulos del libro haya sido escrito por un poeta anónimo diferente, y luego se unieron para formar el libro.

El libro es en parte un “lamento de la ciudad” tradicional de luto por la deserción de la ciudad por parte de Dios, su destrucción y el retorno final de la divinidad, y en parte un canto fúnebre en el que los afligidos se lamentan y se dirigen a los muertos. El tono es sombrío: Dios no habla, el grado de sufrimiento se presenta como abrumador y las expectativas de redención futura son mínimas. No obstante, el autor deja en claro repetidamente que la ciudad (e incluso el autor mismo) había pecado profusamente contra Dios, a lo que Dios había respondido enérgicamente. Al hacerlo, el autor no culpa a Dios, sino que lo presenta como justo, justo y, a veces, incluso misericordioso.

Lo que escuchamos al principio en el texto del sermón de que Dios es bueno y misericordioso, son declaraciones que se encuentran al final de un largo proceso de duelo y luto. El pueblo se siente abandonado por Dios, está solo, pregunta por Dios y en el final viene la esperanza de que Dios está allí después de todo. Que solo ha dejado a su pueblo brevemente, que se volverá a su pueblo nuevamente si lo están buscando:

31 El Señor nos ha rechazado, pero no será para siempre.

Solo en este contexto se pueden entender las declaraciones sobre la bondad y la fidelidad de Dios:

22 El gran amor del Señor nunca se acaba, y su compasión jamás se agota.
23 Cada mañana se renuevan sus bondades; ¡muy grande es su fidelidad!
24 Por tanto, digo: «El Señor es todo lo que tengo. ¡En él esperaré!»
25 Bueno es el Señor con quienes en él confían, con todos los que lo buscan.
26 Bueno es esperar calladamente a que el Señor venga a salvarnos.
31 El Señor nos ha rechazado, pero no será para siempre.
32 Nos hace sufrir, pero también nos compadece, porque es muy grande su amor.

Estos poemas que leemos en el libro de Lamentaciones son recuerdos del pueblo de Israel sobre las promesas que Dios ya les había dado. Al leer estos poemas seguramente los israelitas recordaban y expresaban la esperanza de que Dios era como se los había prometido.

Pero la experiencia de la fe del pueblo de Israel en Dios también incluye la experiencia del sentirse abandonados por Dios, que Dios aparentemente no parecía estar allí; esto también era parte de su fe.

¿Es ésta experiencia: la de que Dios parece estar lejos, también parte de nuestra fe?

¿Cabe la duda o la permitimos o la reprimimos en nuestro caminar diario con Dios?

Yo todavía me acuerdo de un estudio bíblico cuando yo era un adolescente. Platicando con un pastor sobre un texto bíblico, el pastor me dijo que ya no podía orar. Me sorprendió mucho su confesión en ese momento y pensé: ¿cómo es posible que esta persona pueda ser un pastor, si no puede orar? Hoy admiro a este pastor por su honestidad.

A veces siento lo mismo… que me quedo sin palabras ante Dios. Entonces siento que tampoco puedo orar.

U oro pero siento que Dios no escucha mis oraciones o que las ignora.

Cada vez que pasa más el tiempo y yo me hago más viejo siento que experimento cada vez más frecuentemente esta sensación de sentirme abandonado por Dios: amigos que mueren demasiado jóvenes, que se enferman… Situaciones que no entiendo y le pregunto a Dios pero él no me responde o más bien no parece responder.

Quizás ahora soy más consciente de estas experiencias, a la distancia de Dios y ya no las reprimo.

Oro por los amigos y mueren demasiado jóvenes, pero entonces ¿dónde está mi Dios? No lo sé.

Especialmente en tiempos de la pandemia de covid hemos visto mucho sufrimiento y le preguntamos a Dios el por qué.

Si somos honestos, hay muchos momentos en los que no experimentamos la felicidad y la bondad de Dios en nuestras vidas, especialmente en este mundo.

Lo interesante sería preguntarnos si podemos o debemos suprimir tales experiencias o si sería mejor intentar integrar tales experiencias en nuestra fe.

El primer paso para mí también sería permitirnos momentos de distancia de Dios, no para reprimirlos por medio o inseguridad, sino para verlos como parte de nuestro camino con Dios.

Es como en todas las relaciones humanas que vivimos día con día: A veces no sentimos el amor del otro o de la otra y nos preguntamos si nuestra pareja ya no nos ama ?

En tales situaciones, creo que es bueno si podemos confiar y recordar las promesas hechas por nuestras parejas años atrás, que están basadas en un compromiso mutuo.

Sólo así, entonces, podemos recordar la promesa del matrimonio de años atrás en los días buenos y malos.

Si es normal que haya cercanía y distancia en las relaciones humanas, entre dos personas, ¿por qué no debería ser esto también posible en la relación con Dios? Lo importante únicamente es que entonces busquemos la cercanía nuevamente de Dios después de la distancia o aún desde en medio de la distancia.

Querer creer y, sin embargo, no poder creer … esto es también parte de la fe. “Creo; ayuda mi incredulidad.” (Marcos 9:24)

“Creo y ayuda mi incredulidad” dice el hombre en el evangelio de Marcos y Jesús acepta a este hombre y no lo condena.

¿Cómo podemos aprender a creer? No hay una respuesta simple para esta pregunta? La fe, también teológicamente hablando , es un don de Dios y no podemos producirla nosotros con solo presionar un botón.

Pero lo que sí podemos hacer es no ignorar o reprimir nuestras dudas, sino llevar todas nuestras cuitas, dudas y sentimientos de abandono ante nuestro Dios.

¿Qué podemos hacer? Aquí también el libro de Las lamentaciones son un buen ejemplo. Los poetas antiguos expresaron en sus poemas sus dudas y recordaron lo que Dios les había prometido.

Si miramos de cerca el texto de nuestro sermón, notaremos que el texto empieza hablando sobre Dios y llega a un punto donde el porta mismo habla con Dios. El poema se convierte de ser una descripción sobre Dios en una oración íntima.

Cuando oramos, volvemos a reestablecer nuestra, aparentemente olvidada relación con Dios.

La traducción no es muy precisa en algún momento:

 Cada mañana se renuevan sus bondades; ¡muy grande es SU fidelidad!

Pero en hebreo dice:

Cada mañana se renuevan sus bondades; ¡muy grande es TU fidelidad!

El lamento común, el dolor común, el silencio común se ha convertido de pronto en una oración. De esta manera podemos entonces lidiar con nuestras dudas.

O como dice el Evangelio de Marcos: “Creo, Señor Jesús, ayuda a mi incredulidad.” Amén.

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