Predicación sobre Mc 3,31–35 (13º domingo después de la Trinidad | 14.09.2025) en la Pauluskirche en Duisburgo de la Iglesia Evangélica de Habla Hispana

Introducción

Queridas hermanas y hermanos,

hoy escuchamos el texto de la predicación tomado del Evangelio según San Marcos:

Marcos 3,31–35 – Los verdaderos parientes de Jesús
(cf. Mateo 12,46–50; Lucas 8,19–21)

31 Llegaron pues su madre y sus hermanos, y quedándose afuera, mandaron a llamarle.
32 Y la gente estaba sentada alrededor de él; y le dijeron: Mira, tu madre, tus hermanos y tus hermanas están afuera y te buscan.
33 Él les respondió diciendo: ¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?
34 Y mirando a los que estaban sentados alrededor de él, dijo: He aquí mi madre y mis hermanos.
35 Porque cualquiera que hace la voluntad de Dios, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre.

El contexto en el Evangelio de Marcos

Justo antes de esta escena, Marcos relata la elección de los Doce.
Los doce discípulos son los seguidores más cercanos de Jesús, quienes continuarán con su misión y anunciarán el Reino de Dios.

Con ello, Jesús había hecho una ruptura radical. Él era carpintero, como su padre José. Lo normal habría sido que siguiera con ese oficio y así sostuviera a su familia. Pero cuando tenía alrededor de treinta años, tomó un camino totalmente distinto: dejó el trabajo manual, salió de su tierra, se convirtió en predicador itinerante y fue reuniendo discípulos a su alrededor.

Su familia vio todo esto con gran escepticismo; incluso llegaron a pensar que estaba loco. Así leemos poco antes:

“Entró en una casa; y de nuevo se juntó tanta gente, que ni siquiera podían comer. Cuando lo oyeron los suyos, vinieron para llevárselo; porque decían: Está fuera de sí.”
(Marcos 3,20–21)


La escena

En este contexto sucede nuestro texto de predicación:
Jesús está en una casa predicando. Entre los oyentes probablemente estaban también sus discípulos.

Entonces llega una comitiva de su familia para hacerlo entrar en razón. Se quedan afuera de la casa y mandan llamarlo. Pero Jesús responde de una manera muy distinta a lo que uno esperaría:

“Y mirando alrededor a los que estaban sentados en círculo, dijo: He aquí mi madre y mis hermanos. Porque cualquiera que hace la voluntad de Dios, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre.”

Una interpretación apresurada

Muchas veces esta historia, en familias cristianas y en especial en casas pastorales, se ha entendido demasiado rápido de la siguiente manera: la iglesia es la verdadera familia, y está por encima de la familia propia.

De esa interpretación no pocas veces surgió una práctica que trajo sufrimiento: hijas e hijos, esposas y esposos quedaban en segundo plano, porque el pastor, la pastora o también algún miembro muy entregado dedicaban toda su fuerza a la iglesia. Y la propia familia quedaba relegada.

Pero exactamente eso no es lo que dice nuestro texto de predicación. Jesús no desprecia a su familia biológica ni la deja simplemente de lado. Las personas a las que señala dentro del círculo también son su familia. Y su madre y sus hermanos de sangre no dejan por eso de serlo.

Esto se nota de manera muy clara cuando pensamos en la escena al pie de la cruz: ahí Jesús entrega a su madre al cuidado del discípulo Juan y así se asegura de que ella no se quede sola. También ahí se muestra: la familia sigue siendo importante.

La pregunta guía: ¿Qué es la familia?

Con esto llegamos a la pregunta central que plantea nuestro texto de predicación: ¿qué es en realidad la familia?

Hoy en día, las familias suelen verse muy distintas a como eran antes. Muchas se han hecho pequeñas, y hay personas que ya no tienen parientes cerca. No siempre fue así.

Por ejemplo, mi abuela todavía tenía once hermanos. En mis recuerdos de infancia, en su casa siempre había visitas, la mayoría de las veces sus hermanas, mis tías abuelas, y también sus hijos.

Mi suegra creció incluso con doce hermanos. Y recuerdo muy bien una visita que hicimos a la familia de mi suegra. Visitamos a una de sus sobrinas, una prima de mi esposa. Su esposo me llevó a dar un pequeño recorrido y me presentó con sus amigos. Me dijo: “Este es Peter, el esposo de la prima de mi esposa – y mi primo.” Para él estaba clarísimo: yo pertenecía a la familia. Aunque nos conocimos ese día por primera vez, para él yo ya era parte de la familia.

Familia significa pertenencia, confianza y cuidado. Quien forma parte de la familia puede estar seguro de algo: ahí hay personas que lo sostienen y lo respaldan.

La otra cara de la familia

Pero la familia no tiene solamente el lado bonito de la confianza, la seguridad y el cuidado. La familia también puede llegar a ser una carga. Hay tradiciones que “se tienen” que cumplir a toda costa y obligaciones que pesan mucho sobre los hombros. A veces se empuja a las hijas o a los hijos hacia ciertas carreras profesionales, o se espera de ellos que se comporten de una manera muy específica.

Y justamente con una situación así nos encontramos también en nuestro texto de predicación. Jesús, en un principio, había seguido el camino de su padre José y se convirtió en carpintero. Pero cuando tenía alrededor de treinta años, tomó otro rumbo: dejó el oficio, se hizo predicador itinerante y reunió discípulos a su alrededor. A un grupo de doce hombres lo llamó de manera muy especial para que lo acompañaran, y con ellos recorrió el país anunciando el Reino de Dios.

Pero no sólo ellos lo siguieron. También se unió gente de todos los estratos sociales: enfermos, jornaleros, cobradores de impuestos. Personas que, en la sociedad de aquel tiempo, estaban más bien en la periferia. Jesús rompía convenciones y desafiaba las expectativas. Para su familia eso fue muy difícil de soportar. Llegaron a la conclusión: “Se ha vuelto loco.”

La escena en la casa

Cuando Jesús vuelve a aparecer en público, su familia viene a verlo. Quieren llevárselo de regreso, ponerlo “en cintura”, como diríamos hoy.

Marcos relata:

“Entonces llegaron su madre y sus hermanos, y quedándose afuera, mandaron llamarle. Y la multitud estaba sentada alrededor de él; y le dijeron: Mira, tu madre, tus hermanos y tus hermanas están afuera y te buscan.”
(Marcos 3,31–32)

Pero Jesús no responde a sus intentos. En lugar de eso contesta:

“¿Quién es mi madre y mis hermanos? Y mirando alrededor a los que estaban sentados en círculo, dijo: He aquí mi madre y mis hermanos. Porque cualquiera que hace la voluntad de Dios, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre.”
(Marcos 3,33–35)

Jesús no se deja encerrar por las expectativas de su familia. Más bien, amplía el concepto de familia. Para él, familia no es solamente la relación biológica. Familia es donde las personas cumplen la voluntad de Dios.

Y podemos suponer que en esa casa no sólo había “gente de bien”. Seguramente estaban ahí también personas que en la sociedad de aquel tiempo eran consideradas marginadas: enfermos, jornaleros, cobradores de impuestos. Justo ellos, según las palabras de Jesús, forman parte de la familia de Dios. No los perfectos, sino los que están en los márgenes. Personas que uno normalmente no querría como amigos de sus hijos.

Imágenes de familia en la Biblia

Es sólo una pequeña observación, pero es importante: Marcos, en este pasaje del Evangelio, habla de madre, hermana y hermano – no menciona al padre.

Con esto queda claro: no se trata de la familia clásica que muchas veces tenemos en la cabeza – padre, madre e hijo. Nuestra imagen también está marcada por la llamada “Sagrada Familia”: María, José y el niño Jesús. Ese ideal se popularizó sobre todo en el arte desde la Baja Edad Media y hasta hoy ha moldeado la imaginación de muchos cristianos. Pero justamente de eso no habla Jesús.

Las personas a las que él llama su nueva familia no son en absoluto un modelo ideal.

De hecho, un vistazo a la Biblia nos muestra: la familia nunca fue un modelo rígido, sino siempre diversa y, con frecuencia, conflictiva.

En la propia vida de Jesús escuchamos hablar de madre y hermanas y hermanos.

Si miramos a la historia de Israel: en la corte de Judá encontramos reyes con varias esposas, lo mismo que en los patriarcas – Abraham, por ejemplo, tuvo dos mujeres.

Jacob, uno de los patriarcas de Israel, en realidad quería casarse sólo con su gran amor, Raquel. Pero fue engañado por su suegro Labán y primero tuvo que tomar como esposa a la hermana mayor, Lea. Al final, Jacob vivió con dos esposas y dos siervas – y de esa vida familiar en forma de “patchwork” surgieron las doce tribus de Israel.

En el libro de Rut, la relación entre Rut y su suegra Noemí está en el centro – también eso es familia.

Moisés, por su parte, crece en una situación muy especial: primero escondido por su madre, después rescatado del Nilo por la hija del faraón y adoptado por ella – un ejemplo de familia adoptiva.

También en el entorno romano, donde se escribió el Nuevo Testamento, la familia tenía un sentido amplio. El pater familias estaba al frente de toda la casa, que incluía no sólo a los hijos, sino también a esclavos y sirvientes. Así leemos también en los Hechos de los Apóstoles sobre el centurión Cornelio: “Cornelio y su casa” – con lo cual se refería a toda su comunidad doméstica.

La familia, en la Biblia, es entonces muy diversa. Abarca realidades de vida muy distintas, relaciones variadas y formas diferentes de convivencia.

La familia a la luz de Dios

La respuesta de Jesús a la pregunta: “¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanas y hermanos?” deja en claro que la familia se constituye por su relación con Dios. No son los lazos biológicos ni las normas sociales lo decisivo, sino la orientación hacia la voluntad de Dios.

De esa manera, se rompe con el orden social acostumbrado. La pertenencia ya no nace de la procedencia, del género, de la posición social o del rol asignado, sino de la relación con Dios.

El apóstol Pablo recoge en la carta a los Gálatas lo que probablemente era una antigua confesión bautismal cuando escribe (Gálatas 3,28):

“Ya no hay judío ni griego, no hay esclavo ni libre, no hay hombre ni mujer; porque todos ustedes son uno en Cristo Jesús.”

El bautismo fundamenta la pertenencia a la iglesia, a la familia de Dios. El bautismo no elimina las diferencias étnicas, sociales o biológicas, pero las coloca en un nuevo orden. El hacer la voluntad de Dios une a las personas en su diversidad y las integra en una nueva familia.

Con esto, Jesús abre la mirada: todas las exigencias familiares deben medirse a la luz de la relación con Dios. Ninguna exigencia externa puede limitarnos si no corresponde a la voluntad de Dios.

Con esta respuesta, Jesús llama a sus discípulas y discípulos –y también a nosotros– a salir de estructuras que debilitan y oprimen, para entrar en la libertad. Una libertad que permite encontrar hogar también en nuevas formas de familia. Hoy en día encontramos personas que forman familias “ensambladas” (patchwork), o familias que lucen muy distintas al modelo tradicional de padre, madre e hijo.

La imagen que nos presenta Marcos es vívida: la casa está llena. Jesús habla en una casa abierta, como huésped. Mira a su alrededor y dice: “Esta es mi familia.” Quien pensaba que pertenecía de lleno, de repente se descubre afuera y se sorprende – y quien está dentro, se da cuenta de que es un reto cumplir la voluntad de Dios.

Así, por la relación con Dios, surgen nuevos lazos familiares – no definidos por la sangre o el origen, sino abiertos por la fe y por el actuar conforme a la voluntad de Dios.

Nuevos lazos familiares en la iglesia

Nuevos lazos de familia también surgen en la iglesia. Déjenme darles un ejemplo de nuestra vida en la iglesia. Creo que puedo contarlo aquí.

En la primavera despedimos a T. en su funeral. Ahí me encontré con los hijos ya adultos de N. y C., quienes habían viajado desde lejos para acompañar. Les pregunté qué relación tenían con la difunta. Ellos me dijeron: “Para nosotros ella era la abuela Trini.”

Ustedes saben que C. y N. llegaron a Alemania hace unos treinta años. Llegaron sin parientes, sin abuelos, sin ningún apoyo familiar. Pero T. y su esposo se ocuparon de ellos y apoyaron a la familia como si fueran los abuelos de sangre. Así, en la iglesia, se tejieron nuevos lazos familiares. T. se convirtió en la abuela alemana de esa familia.

Tal vez ustedes también conozcan historias así: cuando alguien se convierte en madrina o padrino de una persona refugiada, o cuando un vecino o una vecina de edad avanzada es apoyado como si fuera parte de la familia. O quizá ustedes mismos hayan recibido a alguien así en su familia.

Y no olvidemos: en la iglesia nos llamamos hermano y hermana. Es una señal de que somos familia.


Conclusión

En el hacer la voluntad de Dios nace la familia – ahí donde las personas se acompañan, se sostienen y se dan hogar unas a otras.

Porque:

“Quien hace la voluntad de Dios, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre.”

Así lo dice Jesús.

Amén.



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