Predicación – Job 14:1–17 · Iglesia Evangélica de Habla Hispana de Duisburgo · Penúltimo domingo del año eclesiástico – 16 de noviembre de 2025
Introducción
Nuestro texto de predicación para hoy se encuentra del libro de Job. Este libro aparece muy pocas veces en nuestro leccionario. Y también el texto de hoy, Job 14:1–17, no es un texto sencillo ni tiene un solo significado. Todo el libro de Job nos deja con más preguntas que respuestas. Tal vez esto sea algo bueno, porque nos recuerda que la fe cristiana no es una respuesta rápida para todo, sino un camino que refleja la complejidad de la vida humana. La Biblia no es un manual que dé soluciones fáciles. Nuestra vida es contradictoria, y esa misma complejidad aparece también en la Biblia. Si queremos tomar en serio la Sagrada Escritura, debemos aceptar sus profundidades, sus tensiones y sus preguntas difíciles, en vez de tratar de resolverlas con frases rápidas o simples. Cada libro bíblico tiene su propia voz y merece ser escuchado. Queridos hermanos y hermanas, espero que esta predicación no resulte demasiado teológica. Quiero acercarme al texto con cuidado y respeto.
El libro de Job
El libro de Job es uno de los textos más desafiantes de la Biblia. No menciona ningún autor, y la investigación dice que probablemente fue escrito entre los siglos V y III antes de Cristo, dentro de círculos dedicados a la sabiduría. No es la obra de una sola persona, sino el resultado de un largo proceso de redacción de varios editores. La narración principal funciona como un relato que quiere enseñar algo profundo. Job aparece primero como un hombre bueno y próspero, que, de un momento a otro, pierde absolutamente todo: sus bienes, su familia y su salud. Esto sacude su fe y su relación con Dios hasta el centro.
En medio de su dolor, Job lucha por entender lo que está viviendo. Tres amigos vienen y hablan con él. Ellos representan la idea tradicional conocida como el principio de retribución, la creencia de que “si haces el bien, te va bien; si haces el mal, te va mal”. Job rechaza esta idea, y afirma que su sufrimiento no es castigo por una culpa secreta. Finalmente, Dios aparece y corrige a los amigos. Job es restaurado al final, pero la historia no presenta una respuesta simple sobre su sufrimiento. Por esto el libro de Job se relaciona con la pregunta de la teodicea, la pregunta de cómo puede un Dios bueno y poderoso permitir el sufrimiento del inocente.
El mensaje esencial del libro es: No todo lo que vivimos es consecuencia directa de lo que hacemos. Y creer no significa entender todo, sino confiar en Dios incluso cuando no entendemos.
Tres formas de experimentar a Dios
El libro de Job reúne distintas experiencias y visiones sobre Dios. Para Job y sus amigos, todo lo que pasa en la vida es interpretado como parte del actuar de Dios. En esas interpretaciones aparecen tres horizontes importantes:
- La cercanía de Dios, que puede sentirse como algo que da vida, pero también como algo que presiona o pesa. Job siente la cercanía de Dios tan intensa que desea un respiro, una pausa dela presencia de Dios tan fuerte.
- El poder de Dios, que puede poner en orden el caos, pero que también puede sentirse abrumador o incomprensible. Job siente que Dios se oculta.
- La justicia de Dios, que a veces parece muy firme y clara, pero otras veces parece inexplicable. Job siente su sufrimiento como una falta de justicia.
Hablar sinceramente de Dios significa aceptar estas experiencias mixtas y no ignorar los aspectos difíciles. La gran pregunta sobre el carácter de Dios recorre todo el libro, y está encendida por el sufrimiento de un inocente. Dios no siempre es fácil de comprender. Se escapa de nuestras imágenes, de nuestras explicaciones y de nuestras expectativas.
La tradición cristiana usa para esto el concepto Deus absconditus, una expresión en latín que significa “el Dios escondido”. Este concepto lo vemos plasmado en Isaías 45:15:
“Verdaderamente tú eres Dios que te ocultas, Dios de Israel, que salvas.”(Isaías 45:15, RVR60)
Este texto nos recuerda que la presencia de Dios no siempre es evidente, y que, a veces, Dios parece ausentarse o esconderse. No disponemos de Dios automáticamente como si fuera un robot.
La fragilidad de la vida humana
Después de esta introducción un poco extensa al libro de Job, ahora queremos dirigir nuestra atención directamente al texto de la predicación. Estamos al final del año eclesiástico; hoy es el penúltimo domingo, que nos conduce hacia el Día de los Muertos que también existe en la tradición protestante. En este tiempo, los temas de la fugacidad y la mortalidad cobran un lugar más central.
El texto de la predicación proviene del diálogo entre Job y sus amigos. Y en medio de este diálogo, Job pronuncia las siguientes palabras:
«El hombre nacido de mujer, corto de días, y hastiado de sinsabores. Sale como una flor, y es cortado; y huye como la sombra y no permanece.»(Job 14:1–2, RVR60)
Para Job, esto es una descripción sobria de toda vida humana: es corta, limitada, y llena de inquietud. La Biblia conoce también otras imágenes de la duración de la vida humana. En la genealogía de Adán (Génesis 5) encontramos edades de muchos cientos de años; por ejemplo, Matusalén, quien «vivió novecientos sesenta y nueve años» (Génesis 5:27).
Pero en Génesis 6:1–4 finalmente se establece un límite para la vida humana: «Serán sus días ciento veinte años.» Después del fin de los tiempos primordiales, nada más está previsto para el ser humano — tampoco para nosotros hoy. Si alguna vez fuera diferente, sería cosa de una nueva creación, una nueva tierra o del cielo. El libro de Isaías presenta esta visión:
«No habrá más allí niño que muera de pocos días, ni viejo que sus días no cumpla; porque el niño morirá de cien años…»(Isaías 65:20)
El lamento de Job va en contra de estos textos de esperanza. Porque para nuestra realidad presente vale lo siguiente: nuestra vida humana tiene un límite — pero ni siquiera ese límite lo alcanzan todas las personas. Hay niños que mueren demasiado pronto. Algunas personas mueren en la mitad de la vida, cuando una enfermedad o un accidente las arrebata. La gente muere antes de tiempo, de manera inoportuna; los hijos mueren antes que sus padres.
Ante este panorama, Job formula un deseo dirigido a Dios: si la vida humana ya es limitada, entonces que Dios por lo menos aparte su mirada de él. Dios ha puesto un límite a los días del ser humano, y ahora —piensa Job— debería mantener distancia y no intervenir más y dejarlo en paz. Job desea descanso, literalmente un “fin de la jornada”, como expresa el texto hebreo. Él dice:
«Si sus días están determinados, si el número de sus meses está cerca de ti, si le pusiste límites de los cuales no pasará, aparta de él tu mirada, y déjalo, hasta que cumpla su día, como el jornalero.»(Job 14:5–6, RVR60)
Job llega a su límite y ya no quiere sentirse como un insecto bajo una lupa. Lo que desea para el ser humano es poder vivir su vida hasta el final natural, sin que Dios envíe una muerte prematura.
La definitividad de la muerte
Job describe después la lo irrevocable, lo terminante de la muerte. Un árbol, incluso si es cortado, puede volver a brotar; sus raíces pueden dar de nuevo señales de vida. Pero para el ser humano no es así. Cuando una persona muere, —según observa Job—, está definitivamente muerta. No regresa a la vida. Job lo expresa de esta manera:
«Porque si el árbol fuere cortado, aún queda de él esperanza; retoñará todavía, y sus renuevos no faltarán. Si se envejeciere en la tierra su raíz, y su tronco fuere muerto en el polvo, al percibir el agua reverdecerá, y hará copa como planta nueva. Mas el hombre morirá, y será cortado; perecerá el hombre, ¿y dónde estará él? Como las aguas que se van del mar, y el río se agota y se seca, así el hombre yace y no vuelve a levantarse; hasta que no haya cielo, no despertarán, ni se levantarán de su sueño.»(Job 14:7–12, RVR60)
«¿Muere el hombre, y adónde va?» Un ser humano que ha muerto simplemente ya no está aquí. Esa es la afirmación que queda suspendida en el aire.
Claro que usamos diferentes maneras de hablar de nuestros difuntos. Decimos que están:
- enterrados en el panteón,
- en mis pensamientos,
- en una fotografía,
- en el olor de una chamarra o una cobija,
- en los recuerdos.
Con estas formas de nombrar su presencia, reconocemos que los fallecidos ya no están aquí. Se han ido. «Como las aguas que se van del mar, y el río se agota y se seca, así es el hombre», dice el versículo 12. Job habla directamente al dolor que queda después de una pérdida. Cuando nos encontramos frente a una tumba o una lápida, esas piedras señalan justamente ese vacío, ese hueco que las personas amadas han dejado.
El deseo de esconderse de Dios y la chispa de esperanza
Job continúa:
«¡Oh, quién me diera que me escondieses en el Seol, que me encubrieses hasta apaciguarse tu ira, que me pusieses plazo, y de mí te acordaras!»(Job 14:13, RVR60)
En este versículo, Job le pide a Dios que lo esconda en el Seol —שְׁאוֹל (she’ol)—, el lugar de los muertos. Es un deseo irreal, casi imposible. Job distingue entre Dios mismo y la ira de Dios, de la cual quiere esconderse. Pide ser llevado a un lugar donde ya no alcance el poder divino. El Seol, piensa Job, es un escondite adecuado, porque ahí Dios ya no tendría nada que ver con él.
Llegar a Dios alejándose de Dios —Job lleva esta tensión hasta el límite de lo que se puede decir y pensar. Que Dios pueda olvidar a alguien y luego recordarlo —זָכַר (zachar)— es algo que conocemos por la historia del diluvio (Génesis 8:1). Para Job, sin embargo, no es una certeza, sino apenas una posibilidad mínima de esperanza. Y con él descendemos también nosotros hacia esa profundidad. En esta perspectiva, el Seol se convierte en un lugar de tránsito, quizá incluso un cuarto de espera. En ese sorprendente “cuarto de espera” brilla para Job una chispa de esperanza.
Por eso, el versículo 15 puede escucharse como una promesa llena de esperanza:
«Tú llamarías, y yo te respondería; y tú tenderías afecto a la obra de tus manos.»(Job 14:15, RVR60)
Aun cuando estemos muertos —en el lenguaje del libro de Job, cuando estemos en el Seol—, Dios se acuerda de nosotros. Dios nos llama. Dios nos dirige su palabra. La Biblia nos ofrece muchos retratos del cielo, de una nueva tierra, de la nueva Jerusalén celestial después del final de este mundo. El libro de Job nos da otro cuadro:
A Dios le hacemos falta. Algo increíble. Él anhela a la obra de sus manos. Aunque todo haya terminado, Dios no nos olvida en el Seol. Dios nos llama. Dios nos busca. Estamos guardados en los pensamientos de Dios. Dios está ahí, incluso con los muertos. Dios no se olvida de nosotros.
El teólogo suizo Karl Barth lo expresa así:
«Denn man vergesse nicht: Es gibt zwar eine Gottlosigkeit des Menschen, es gibt aber laut des Wortes von der Versöhnung keine Menschlosigkeit Gottes.»
“No olvidemos esto: por parte del ser humano, sí existe una falta de Dios pero según la palabra de la reconciliación, por parte de Dios no existe una falta de humanidad.”Karl Barth
Aunque nosotros, los seres humanos, queramos vivir sin Dios —ser “sin Dios”, en ese sentido—, Dios no quiere existir sin nosotros.
Nuestra esperanza es esta: También en la muerte estamos guardados en Dios; Dios se acuerda de nosotros. Y esto vale tanto para nosotros mismos como para nuestros seres queridos que ya han partido.

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